Biblioteca Popular José A. Guisasola



Por Edgardo Alberto Huberman (El Huber)

—¿Cómo caí en esto? Mis viejos me matan —pensó mientras escondía en su campera la “prueba del delito” que, sabía, lo iba a poner en problemas.

Lo llamaron a comer y tenía esa sensación clara de que todos lo miraban. Y sabían. Esas miradas y la falta de acusación directa le enardecían la culpa que le quemaba por dentro.

¿Por qué no le preguntan directamente? ¿Qué pasa? Seguramente los padres iban a esperar a terminar la cena familiar que, como todas las noches, sería frente al televisor. Sabía que en algún momento lo iban a sentar y entre preguntas, acusaciones, llantos y frases del estilo “¿por qué nos hiciste esto?” iban a conseguir que reconozca la verdad y acepte “retomar la senda correcta”.

Tantos sueños, tantas esperanzas puestas en él... y nada. Todo se iba por la borda. Arruinando por un momento de debilidad las ilusiones de sus padres, que tanto se habían esforzado por "formarlo correctamente".

Lo peor es que él no veía que el tema fuera tan complicado. Después de todo, era su voluntad y no dañaba a nadie. A nadie salvo a él mismo. Pero, como seguramente le dirían sus padres, eso afecta a la familia.
No sólo el dolor por lo que había hecho, está el tema de la vergüenza social. ¿Cómo iban a soportar las miradas reprobatorias de amigos y vecinos? Porque ya se sabe como son estas cosas. Incluso quienes se acercan al principio para darte apoyo, en algún momento comienzan a alejarse. Como si fuera contagioso.

¿Y sus hermanos? Ellos estaban, como siempre mirando el reality de turno, que nadie se podía perder (aunque en realidad cada momento destacable se repetía hasta el cansancio en todos los programas, era imposible perderse algo). Y él estaba a punto de destrozarlos. Apenas se supiera, iban a ser “los hermanos de…” como si ellos mismos hubieran sucumbido a tan deleznable tentación.

No podía comer. Ni siquiera escuchaba las voces alegres pasatistas que, como todos los días a toda hora y en cada casa resonaban, desde el televisor. Pero esperó. Decidió que les iba a ahorrar a sus hermanos menores la escena con sus padres.

Cuando llegó el momento, se plantó frente al televisor. Y ante la sorpresa (y un poco de molestia por tapar la pantalla) de sus padres, tomó aire y lo dijo. Claro, directamente y sin ambages mientras se los mostraba, para que no queden dudas: “Mamá, Papá: no pude resistirlo. Espero que me entiendan Fue más fuerte que yo y no lo supe manejar: estoy leyendo un libro.”



FIN


Derechos Registrados por: Edgardo Alberto Huberman (El Huber)
http://pensandofuerteyclaro.blogspot.com/2010/02/una-triste-historia.html


Imagen: Ángel Anadon
http://ilustraciones-angel.blogspot.com.ar/


Colaboración de Edgardo Alberto Huberman (El Huber), para bibliopeque 2010


¡¡Gracias, Edgardo!!


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